La Independencia- Aliento 21- Te Regalo un Aliento©
Mucho se ha hablado y se habla de lo que es ser independiente, pero pocos son los que conocen lo que realmente supone en la vida diaria, y yendo más allá, del valor que tiene serlo.
Mucho se ha hablado y se habla de lo que es ser independiente, pero pocos son los que conocen lo que realmente supone en la vida diaria, y yendo más allá, del valor que tiene serlo.
Llegados a este punto del libro he de decir varias cosas más. Estamos inmersos en un mundo y un ambiente tremendamente machista y competitivo, donde nada parece ser suficiente: el patrón y el listón de exigencia es tan alto que algunas personas caemos por el camino. Ese machismo nos lleva continuamente hacia un patrón de perfección muy difícil de alcanzar y sostener en el tiempo, si se quiere ser uno mismo en lugar de ser una versión mediocre o figurada de quien uno es. La mediocridad viene dada por una falta de valoración de lo que se supone que es estar vivo en la Tierra. Ese «estar vivos» en un cuerpo físico —no necesita de nada más que no sea el simple hecho de estar en el cuerpo. No puedo ser yo mismo si no es uno mismo el que habita los huesos y la carne.
Nuestra psique está conformada por una estructura emocional y mental que nos mantiene funcionando en nuestro devenir diario de una forma muy concreta. Esta estructura hace que nos relacionemos con los demás e incluso con nosotros, con unos patrones característicos y peculiares. Me gusta decir que los conflictos humanos vienen a ser comunes y generales en todos pero que, el cómo se conforman en cada uno es lo que es particular. Todos tenemos hecha la casa del mismo tipo de ladrillo aunque la arquitectura sea distinta. Este hecho, en lo conveniente al Amor Real que mencioné al principio, es diversidad, integración, transformación, descubrimientos, hábitos nuevos, nutrición de distintas formas, etc. Sin embargo desde la negatividad es una guerra constante por la forma en que se tratan las diferencias.
Hay personas que aparecen en nuestra vida y la llenan inmediatamente de momentos bonitos, de risas, de luz y de cosas que nos resultan agradables y placenteras. Hay otras que consiguen todo lo contrario: desde el primer momento la sacudida o el shock que nos producen negativamente puede ser un momento nefasto. En realidad nos sorprenderíamos de la cantidad de personas que son capaces de quitarnos la energía gratuitamente y sin nuestro consentimiento consciente.
Hay muchos tipos de caprichos pero voy a nombrar los dos más comunes en el ser humano y que tienen que ver con la temática de este libro. Uno es ese capricho con el que te endulzas la vida, se te hace más fácil o familiar durante un tiempo e incluso, si estás muy espléndido, disfrutas de ello sin dramas, remordimientos o culpas. El otro capricho, es uno de los más peligrosos, esos que pueden llegar a joderte la vida, llevarte a perderte y en otras instancias, más recalcitrantes, jodes a los demás y también consigues que se pierdan. En esta última posición he visto de todo, pero lo más asiduo es el tinglao que se suelen montar estas personas para auto convencerse de que no se han equivocado, de que todo va bien, aunque llegar hasta el final suponga destrozarse uno o destrozar a otro. Esto me recuerda a ese cazador furtivo que busca el marfil del elefante y que a pesar de haber tenido la oportunidad de mirarlo a los ojos y reconocer algo de conciencia en ellos, sigue adelante con su proposición.
Si en según qué casos, ser sinceros con nosotros mismos puede resultar difícil por lo que supone, para lo que significa cambiar en un sentido literal del término, tengo para escribir un manual aparte. Qué decir: a pesar de lo inestable, inseguro y lo cambiante del mundo en el que vivimos nos aferramos a lo permanente como el náufrago que hinca las uñas en la balsa tras una zozobra. La inercia que conservamos en nuestro mundo interior con la cual sostenemos lo permanente, a día de hoy es mucho mayor, que la opción de cambiar. Esto ocurre sobre todo por costumbre, porque es lo que nos han propuesto nuestros linajes, nuestras familias, nuestra sociedad y porque, lo hemos aceptado la mayoría sin rechistar. De vez en cuando alguien se revela y suelta algo distinto —ante lo cual o bien huimos despavoridos o bien nos acercamos atraídos por esa nueva melodía que termina luego en rechazo—, ante lo cual es difícil que esa criatura no termine engullida por el ambiente y la inercia general. En este punto, es un acto de heroísmo mantenerse a salvo de todo ello, incluso puede llegar a ser el área en el que más esfuerzos se invierte: se construye día a día una fortaleza que aleja eso que puede destruir tu vida y que mantiene a raya al invasor y/o al maligno.
Hay qué ver cómo cuesta hablar de las cosas tal y como son. Como si ponerle palabras adecuadas y necesarias a nuestros asuntos fuera en detrimento de lo que nos han inculcado desde ciertos mundos. Tenemos una contradicción por norma general bastante absurda: que lo que es negro, oscuro y negativo, se puede ver de color de rosa y así de paso, justificar todos los procesos de ceguera para luego pasar a hablar, desde el victimismo irresponsable y decir, yo no lo sabía, todo iba bien hasta que cambió, etc. Cuando lo que es negro es negro, lo pinte como lo pinte. E irónicamente, cuando parece lo que sí es de color de rosa de forma real, tendemos a estropearlo con lo negro o también, no permitir que lo negro nos deje ver el rosa, color que por cierto, también forma parte de la vida. Tan real como ella misma que es.
Si no fuera porque la mayor parte del tiempo es muy difícil de soportar, el ser humano vería más de sí mismo de lo que ve actualmente, facilitando así una mayor conciencia de sí. Hay facetas personales o de otros que nos cuesta trabajo de admitir, de ver, de reconocer, de identificar… Ya no solo porque puedan ser más o menos negativas u oscuras, sino porque la humanidad y compasión que generan en nosotros son capaces de llegar a un nivel de conciencia tan distinto del que solemos estar acostumbrados que pueden suponer una transformación inminente, profunda y real. Muchas personas se han quedado aferradas a descubrimientos que han hecho en su vida, o a situaciones traumáticas o incluso a otro tipo de acontecimientos, porque no han sabido, no han podido o no han querido desarrollar, la transformación que ello les genera. Ocurre en los casos de abuso y maltrato de forma abundante. Ambos casos son un tipo de experiencia que nos cambia de forma esencial: afecta a quien somos realmente, por dentro y por fuera. Actuar como si eso no ocurriera termina siendo una incoherencia que nos sale muy cara, porque no nos conduce a lugares positivos, todo lo contrario: destructivos y de una continua infravaloración.
Creo sinceramente que si la vida no fuera tan maravillosa, no sería vida. Sería otra cosa. No justifico ni apoyo la existencia del sufrimiento, de lo negativo ni de la maldad humana y lo cierto es que estoy cansada de esa fase en la que si existe lo uno, ha de existir lo otro. Pienso que esto puede ser una forma de recordarnos que se puede descubrir y vivir, tanto lo uno como lo otro. Lo cual me lleva a reconocer, que si no llego a tener ese afán de descubrimiento, me habría quedado en la cara fea de la vida, la que te anula y te pisa, la que siempre te pide más y te devuelve migajas en comparación con lo que estás poniendo. Si no llego a proponerme ese equilibrio entre lo que pongo y lo que recibo, me habría terminado auto inmolando. Puede parecer mentira pero es el egoísmo humano el que está dando de comer en la actualidad a la mayoría. Viven preocupados por el mañana sin ocuparse amorosamente de su presente, sin cuidar lo que en ese momento de verdad les garantiza ese mañana tan afanado; echándole las culpas a dios o la vida cuando los mayores responsables de ese tinglao son ellos. Somos nosotros y obviamos que el egoísmo es un arma de destrucción masiva de largo y alto alcance. Si jodes una vida no sólo fastidias a esa persona, también a aquellas a las que esa persona pueda ayudar o beneficiar por el camino. Si Neil Donald Walsch no hubiera decidido salir adelante a través de la escritura yo no habría podido aliviar en mí la toxicidad que me inyectaba una persona de confianza por la espalda. Hubiera necesitado algo más que la bulimia nerviosa, la guitarra, el Conservatorio y mis diarios para salir adelante.
La mayoría de nosotros en esta sociedad construimos día a día. Hacemos todo lo que podemos hacer por continuar con las pautas establecidas: esas que se supone que son las correctas y que tenemos realizar si queremos llegar a eso que se considera éxito. El éxito que nos venden de forma generalizada consiste en un paquete muy concreto que presupone y asegura la correcta supervivencia de una nación fuerte y unida. Una nación conformada por millones de familias que hacen el esfuerzo de salir adelante aunque lo que la sinceridad de algunos de sus miembros guarda, son unas ganas tremendas de mandarlo todo a la mierda. Principalmente, mandar a la mierda a eso que religiosamente llamamos «familia».
Hay temáticas y temáticas… Una es el empleo, otras es el paro, otra es la inmigración, otra es la diversión a causa del sufrimiento de los extranjeros o de los marginados… Y voy a poner una sobre la mesa, ahora que ya me ha entrado una parte del esfuerzo que hice por salir del armario como vidente porque eso de que está todo hecho, que España va bien y un gran etc., ha terminado en un tremendo naufragio que se repite constantemente. Vamos, a mi querido Juan Sebastián Elcano le doy un abrazo. La vida que conseguimos tener aquí en España hay que ganársela en confianza, porque muchos de los que vivimos aquí tenemos una batalla constante con el engaño, la búsqueda, el encontrar y el tomar decisiones
Ohh, qué poco original y a la vez qué reconfortarte. ¿Alguno de nosotros sabe lo que es dejar algo porque sabes que sin ti ese algo estará mejor que contigo? Porque en ese momento no tenías más opción para dar otras cosas ni para organizar el tiempo de otra manera, porque así todos los besos del mundo estarán disponibles para esa persona que sabes que los merece aunque no sean tus labios los que se los den… Pues de eso va este capítulo.
A veces nos creemos más guays por hacer o no hacer ciertas cosas. El nivel de estupidez humana que observo me resulta sorprendente. Es cierto que de vez en cuando me ha gustado considerarme parte del pastel, pero después de darle muchas vueltas al asunto y verlo desde distintos puntos de vista, me he dado cuenta de que prefiero quedarme encerrada en mi casa disfrutando de un buen desayuno por la mañana que salir corriendo a encontrar chollos. Esos chollos que tomados desde un exceso de confianza y una falta de respeto, luego puedes arrojar a la basura. Que hagas esto con la ropa, pues tiene un pase, pero que lo hagas con las personas, es una hijoputez del tamaño de un piano que te cae en la cabeza y te destroza la vida.
Ahora considero las cosas de una forma diferente. He cambiado mucho en poco tiempo. Lo que no sabía era qué niveles de conciencia estaba recuperando de mí y cuáles dejando atrás. He de añadir que tiene la misma dificultad una vía que la otra y que ambas se pueden asumir de forma simultánea. La dificultad estriba en el nivel de valentía que te comprometas a sostener en tu mundo interior, es decir, esto no dependerá de nadie salvo de ti mismo. En ese sentido nadie ni nada nos puede salvar de la intensidad implícita a la experiencia que estamos llevando a cabo, bien sea por una gran desconfianza hacia eso que somos más allá de nuestras raíces terrenales, tanto dentro como fuera del cuerpo.