NUESTRA VIDA COMO PARTITURA DE ORQUESTA

La semana pasada escribí un artículo sobre los estados internos que te recomiendo leer antes de proseguir con este. En esta ocasión, quiero compartir contigo una forma de ver nuestra vida para comprender nuestro funcionamiento energético.
Ahora tomaremos la partitura de orquesta como símil. La vez anterior fue la orquesta, esta vez, cada sonido escrito sobre papel de la sinfonía.

Nuestra vida sería en este caso, una sinfonía de orquesta que suena sin cesar. Resuena incluso cuando aparentemente hay silencios. En una composición de música tonal hay un eje principal que llamamos tonalidad. Esta tonalidad hace referencia a la frecuencia vibratoria en la que comienza y termina la obra. Durante el discurrir de la música, hay todo un camino en la que los sonidos se relacionan entre ellos mediante un vínculo de tensión y distensión. Estos ciclos de tensión y distensión se prolongan a lo largo de la pieza durante mayor o menor tiempo y también a mayor o menor intensidad. O sea, se produce continuamente, un alejamiento y un acercamiento a los estados de reposo.
Así pues, creo que esto nos permite ver cómo funciona nuestra vida porque se produce el mismo fenómeno. Nacemos (comienzo de la partitura), nos afinamos en un tono en concreto (la infancia con nuestros padres) y durante el pasar el tiempo nos vamos moviendo de estados de reposo a estados de tensión para así volver a esos puntos de sosiego donde podemos descansar. A veces, los momentos de tensión parecen ser eternos y añoramos volver a los momentos de calma. Sin embargo, dentro de estos ciclos, tenemos la gran oportunidad de dejarlos ser lo tensos que sean para tomar de esa parte de la partitura, aquello que necesitemos para poder continuar. Aquello que necesitamos aprender, la vida nos lo ofrece en modo de tensión. ¿Por qué? Porque es cuando más incómodos estamos y así es como más provecho podemos sacar de los recursos que tenemos dentro.
Continuando con el símil de nuestra vida como sinfonía, tomamos a la infancia como comienzo de nuestra partitura. Ahora es cuando yo te pregunto, ¿crees que se puede cambiar nuestra infancia? Desde mi punto de vista, no, pero sí que podemos cambiar cómo sonamos ahora respecto a ella. Es decir, podemos modular (cambiar el tono) porque la forma en la que reaccionamos de pequeños, nos ha dejado de servir y ahora nos suena mejor otra. ¿Cómo sé la forma en la que sueno respecto a mi infancia? Es sencillo, observo cómo la escuché. Puede que necesite cambiar la forma en la que la escuché, o, puede que necesite escuchar con los oídos que tengo ahora, cómo reaccioné y sentí aquella etapa de mi vida. Así es como veo cómo me sonó todo aquello y con lo que he aprendido por el camino, puedo comprender de forma más profunda, que hay otras melodías que yo estaba siendo y que era incapaz de apreciar. Puede que nos moldearan en nuestra infancia, pero lo que es indiscutible, es que distintos individuos reaccionan de una forma concreta a un mismo acontecimiento. Esa reacción, es el hilo invisible, es el leitmotiv, es la parte más grave de una partitura donde suenan distintos instrumentos más agudos por encima de ella. Esos instrumentos más agudos nos impiden escuchar la parte más grave: la que sostenía cada uno de esos momentos.
Simplificando, te pido que COMPRENDAS por qué necesitaste esa infancia y qué sentido profundo tiene para ti. Siempre desde la oportunidad, no desde el juicio o la crítica ni el rencor ni la falta de perdón. Se trata de que dejemos de hacernos daño y de que cada día podamos sostener mejor la paz que nos merecemos. Por eso te animo a preguntarte: ¿por qué necesitaste comenzar tu vida de aquella manera? ¿Qué sentido profundo guarda para ti? Cuando sepas la respuesta, cuando comprendas, se hará la tranquilidad y habrás convertido aquella tensión sonora que cohabita en tu presente, en la paz que te impulsa hacia delante. Siempre hacia delante, a la siguiente parte de la sinfonía de tu vida.

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