DANA EN VALENCIA

¿Por dónde empezar cuando todo se ha venido abajo en unas pocas horas? ¿Cómo darle cabida a un punto de vista, que entiendo es difícil de asimilar, sobre todo cuando la pérdida está ahí impregnando nuestra experiencia? ¿Cómo pasar algo que es traumático? Estas preguntas me vienen cuando decido a ponerme escribir esta entrada del blog. Quizá mi testimonio ayude a un puñado de personas, y si eso ocurre, me daré con un canto en los dientes.

La dana que ha azotado Valencia me ha pillado de vacaciones en Mallorca, con mil cosas en la cabeza y con un bagaje de experiencias mediúmnicas en la chepa. Nos dieron alerta naranja a la hora de volver a la península, así que podéis imaginar el susto. Sí, todos tenemos una parcelita de drama que no respira o que se pausa brevemente ante catástrofes como esta. Una cosa es vivirlo y otra ser testigo. Porque tu vida vive en la vorágine de la vida: ese discurrir de la experiencia que no cesa, como el rayo. La Tierra da para que cada cual viva y se conmocione en unos grados u otros. Y me voy a explicar.

Tengo experiencias fuera del cuerpo casi a diario, creo sinceramente que dejé de soñar en su momento. Algunas experiencias son más lúcidas que otras, otras más encriptadas que algunas. El caso es que soy consciente de que todas las noches salgo del cuerpo, y ahí desarrollo una parte de mi vida. Hace unos años, que empecé a tener estas experiencias, de forma que fui licuando mi sufrimiento para darle cabida a otro tipo de vida. Con licuar el sufrimiento me refiero a deshacerlo como el que tira del hilo de un ovillo de lana: tiré del hilo y salieron muchas cosas. Estuve años entretenida. El sufrimiento acabó y toqué techo con los brotes psicóticos. Eso fue la puerta para dar carpetazo a muchas cosas y para sacar mi voluntad firme en la experiencia: por aquí no paso, por aquí sí, por aquí no, por aquí puede, o tal vez… Eso no significa que no sufra, pero sí que se traduce en que sufro con una relatividad bastante amplia. Es como tener un chivato, que es el corazón con la mente, para avisarte de lo que ocurre sin perder la gravedad de la situación, pero con la sabiduría extraída, lo que te da cierta liviandad. El caso es que esto que os cuento, viene al pelo de lo que ha pasado, de lo que está pasando y de lo que pasará.

Una experiencia que habré tenido unas siete u ocho veces, sin exagerar, es la de las inundaciones que te ahogan y te hacen salir del cuerpo. Claro está, esto ha sido desde la mediumnidad y fuera del cuerpo, algunas eran memoria, otras eran ensayo y otras, una realidad que se repetía. A la tercera o cuarta vez que las tuve era en plan: venga, que ya me sé la canción. Mi papel en estas experiencias era acompañar a las personas que nos pillaban juntas en grupo, cambiando de fase. Me gustaría que viéramos la muerte como eso, un cambio de fase de la experiencia. Un «ahora estoy aquí, ahora estoy allí». Porque en realidad, eso es lo que es, aunque suceda toda la carga y el significado que tiene para nosotros lo que estamos viviendo. Hay que ampliar el punto de vista: hay darle holgura a lo que vivimos. Esto es lo que hace el sufrimiento, que pone el foco en intensidad en algo muy particular para extraer la sabiduría, que nos permite ir alcanzando cotas mayores de perspectiva.

El caso es que lo de las inundaciones no es algo nuevo, nos ha sucedido en distintas civilizaciones a lo largo del tiempo, y aunque algunos países estamos alejados de esta realidad, ha sucedido lo contrario: se nos ha acercado una experiencia concreta de un día para otro. El resultado es terrible, claro.

¿A dónde quiero llegar? Quiero enfatizar algo que aprendí en su momento, y que veo ahora con rotundidad. La vida (lo que llamamos vida del cuerpo físico) y la muerte son una danza, y el cómo nos llevemos con ella, depende de cada cual. Yo convivo con miedo a la pérdida desde los brotes psicóticos: a ver si ahora que estoy bien sucede una desgracia y dejo de vivir esto o aquello. Es una polaridad con la que tenemos que convivir en este universo, nos guste o no nos guste. Quiero decir que aquí venimos a por la experiencia y a desarrollarnos, a impregnarnos de la Tierra. Y ese impregnar y ser conocedores de lo que suponen ciertas cosas, nos llevamos la mochila llena para continuar, en otros lares y con otras historias. Porque lo cierto es que no es lo mismo vivir una inundación y morirte de primera mano, que recrearlo en otras dimensiones. Por eso, mi pésame a todas las familias, a todos los que han perdido a alguien en esta catástrofe, y mi ánimo más sincero a los que se han ido y se han quedado, porque sé, que en ese irse y en ese quedarse, han hallado otro lugar, otra fase de sí mismos y otros atisbos de la Tierra.