Tirar del carro, un viaje hacia uno mismo
Cuando comencé con el tarot, mi maestra me preguntó: ¿Qué te dice a ti el Carro? VII El Carro es un arcano de un muchacho (o muchacha), tipo guerrero o titiritero (según se vea) que está subido a un vehículo con un dosel lleno de estrellas. Lo primero que me vino en respuesta fue: tirar del carro. Mi madre había repetido decenas de veces que “estaba cansada de tirar del carro”, que “toda la vida tirando del carro”… Por supuesto no es algo que se le quedara a ella, yo también tomé mi parte del pastel de este “tirar del carro”. Desde el primer momento sabía que esa visión de la circunstancia me perjudicaría, por eso me puse a trabajar en ello en cuanto el tarot lo sacó a la luz. Así que para empezar con este trabajo interno de esa visión de “tirar del carro”, tomé una decisión: no haría nada que ensuciase mi mundo interno de forma consciente. Lo primero que elegí abandonar fue el acto de hacer algo que no quería hacer realmente. Dicho de otra forma, no me iba a obligar a hacer nada que no quisiera hacer, o hacerlo porque “se suponía” que me correspondía. Y aquí tomé todo lo que pude: hacer la cama, limpiar, estudiar guitarra, estar con alguna persona, acudir a un lugar en concreto, ocuparme de cosas que yo sabía que no me correspondían, etc. Trabajé y trabajé mucho con esto de “tirar del carro”. Una de las cosas que adquirí por el camino fue la de ser consecuente. Ser consecuente con lo que habita dentro, siempre dentro de unos límites. Quiero decir, que si yo no disponía de ocuparme de ciertas cosas que creía que no me correspondían, no se las ponía de obligación a los demás. Porque si lo hiciera, estaría cayendo en una falta de responsabilidad como un templo. Es totalmente ilegítimo pedirle a alguien que se ocupe de algo que yo no estoy dispuesto a ocuparme, ¿no?
El aprendizaje fue largo, y como todo tuvo un límite. El límite fue aquello que yo consideraba correcto o incorrecto según lo que había aprendido de ser “una buena hija”. Me sorprendí siendo deshonesta por “ser buena hija”. ¿Qué ocurre cuando una deja de ser “buena hija”? Que puede que los “buenos padres” se enfaden, se incomoden y se ofendan porque una no hace lo que se espera de ella. Pero entonces, o se enfadan ellos, o me enfado yo conmigo misma por hacer algo que realmente no quiero hacer, no porque estemos hablando de un antojo o no, sino porque por dentro no hay ganas de sostener energías que no quieres sostener, no te apetece, ¡te niegas! Llega un momento en que respetarse uno mismo puede significar faltar el respeto al resto, pero ¿sabéis qué? Que no me ocupa lo que los demás consideren una falta de respeto.
A todo esto, quiero añadir algo, todo lo que escribo ha sido recabado de mi propia experiencia. Por supuesto he tenido ayuda de libros y de otras personas que dan su sabiduría sin pedírsela, pero he de decir que no he llegado a ningún lugar conmigo misma que mi trabajo interno no haya facilitado. Me he dispuesto a distinguir qué era una cosa de otra, por mí misma, por mi propio criterio. Me he lanzado por mí misma a ir a descubrir en la experiencia lo que ya sabía en lugar de esperar a que otros me lo trajeran. Me gusta ir a por aquello que siento que me hará bien, en lugar de esperar a que me llegue por gracia divina o por el espíritu santo. Seguramente, este modus operandi tiene su parte buena y su parte mala. Pero a día de hoy, me sigo quedando con él. ¿Por qué? Pues esta mañana cuando me he levantado, estaba enfadada conmigo misma. Porque no valoro realmente lo que hago. Porque sé cómo hacerme feliz sin depender de una madre, de un padre, de un trabajo, de un instrumento, de una pareja… Sé cómo hacerlo y no lo valoro. Y aquí es donde he llegado a la conclusión de que yo, como ser consciente que evoluciona y vive su transformación instante a instante, veo este “tirar del carro”, de la siguiente manera a día de hoy: tirar del carro es en realidad ir por voluntad propia a donde otros no quieren ir.
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